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Facebook, periodismo, y derecho a la información

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (18 de mayo de 2016)

Imagen tomada del blog de Dick Martin

Imagen tomada del blog de Dick Martin

Desde hace más de diez años, Facebook se ha convertido en una de las plataformas de comunicación más importantes que operan en Internet, pues aglutina a más de mil quinientos millones de usuarios, de los cuales, cincuenta millones se ubican en México. La red social que comenzó como un experimento estudiantil en la Universidad de Harvard ha alcanzado dimensiones inimaginables, incluso para sus creadores. De ser una plataforma de comunicación interpersonal y grupal, Facebook se convirtió en un espacio en donde las personas pueden publicar opiniones y llamados a la acción, trabajar colectivamente a través de grupos públicos y privados, hacer campañas electorales, difundir artículos políticos o anuncios publicitarios y un montón de cosas más.

Entre ese montón de cosas, hay una a la que quiero referirme en este artículo y tiene que ver con la distribución de información periodística. Poco a poco, Facebook se ha posicionado como una herramienta para consumir noticias. Las personas que consumen información en Internet están dejando de visitar, por ejemplo, las páginas web de los periódicos y prefieren encontrar noticias en esta red social. Al respecto, surgen algunas preguntas. ¿Puede considerarse Facebook como un medio de comunicación como la prensa, la radio y la televisión? ¿El protagonismo que Facebook está teniendo en la distribución de información periodística es algo positivo para las sociedades democráticas? Y por último, ¿Facebook está abonando o erosionando el derecho a la información de los ciudadanos?

Respecto de la primera pregunta, hay opiniones encontradas. Ciertamente, a primera vista, resulta difícil encontrar similitudes entre Facebook y los medios de comunicación tradicionales como la prensa, la radio, y la televisión. Por ejemplo, en términos estrictos, Facebook no produce información periodística como lo hace un periódico. Facebook no tiene reporteros que salen a la calle a buscar las noticias, o periodista que hagan entrevistas con políticos. Sin embargo, Facebook sí se ha convertido en una plataforma para la distribución de información y entretenimiento. Esto quiere decir que muchos medios de comunicación, productores periodísticos, e incluso reporteros ciudadanos, utilizan esta plataforma para hacer llegar sus productos informativos a sus audiencias. Y en este sentido, Facebook sí está cumpliendo con las funciones que antes estaban delegadas a los medios masivos de comunicación. Por ejemplo, medios tan poderosos como el New York Times o el Washington Post, ya publican parte de su información directamente en Facebook y no en sus páginas web.

La concentración de información periodística en Facebook puede parecer algo benéfico para los ciudadanos, pues resulta mucho más sencillo que en un solo espacio pueda encontrar información de su periódico y televisora favorita, así como de los periódicos y blogueros que les resultan más interesantes. A través del Facebook los usuarios pueden escoger qué información quieren ver y cuál no, además, tienen la posibilidad de interactuar con el medio a través de comentarios. Sin embargo, la concentración informativa en Facebook tiene aspectos negativos. En primer lugar, el nuevo esquema de distribución atenta en contra de la diversidad, pues está monopolizando una función que idealmente debería ser llevada a cabo por varias empresas e, incluso, instituciones públicas.

De acuerdo con Facebook, la distribución de la información periodística en esta red social ocurre a través de un algoritmo que viraliza aquella información que es más popular. En otras palabras, entre más se vea o consuma un texto, más relevancia tendrá en la red. No obstante, en días pasados se filtraron documentos internos de la empresa en los que se señala que hay seres humanos que deciden sobre lo que se vuelve importante o no en Facebook. De acuerdo al periódico The Guardian, Facebook funciona de forma muy similar a la redacción de un periódico, en donde un grupo de editores, orientados por ciertos valores económicos y periodísticos, deciden qué se debe pública y qué no. Por si esto fuera poco, un ex trabajador de la empresa declaró que Facebook excluye sistemáticamente la información de ciertos portales de noticias conservadoras, así como la información que se producen en regiones como África.

Facebook se está convirtiendo en una poderosa empresa que tiene los recursos para decidir qué información periodística puede estar al alcance de millones de personas, no nada más de un país, sino de una buena parte del mundo. Esto nos lleva a las preguntas tercera y cuarta, en donde indagábamos si Facebook puede considerarse una plataforma comunicativa que abona positivamente a las democracias desde una perspectiva de derechos. Si respondemos a partir del rol que esta empresa ha estado jugando en el campo de la distribución de información periodística, la respuesta es que Facebook es una potencial amenaza para la democracia. Los sistemas democráticos contemporáneos, en teoría, requieren ciudadanos que estén informados y, sobre todo, que tengan acceso a una diversidad de información que les permita conocer las distintas opiniones políticas de una sociedad. El famoso algoritmo de Facebook lo que hace es darle prioridad a ciertos temas y tratamientos periodísticos y a difuminar e incluso, restringir, otras visiones del mundo. Esto no es algo que aliente el desarrollo democrático. Por ello, esta red social no está contribuyendo a ensanchar el derecho a la información de los ciudadanos, por el contrario, lo está reduciendo.

Desde que surgió Internet, muchos políticos, filósofos y científicos sociales celebraron el desarrollo de un sistema comunicativo con el potencial de democratizar las sociedades políticas. Ciertamente, Internet y Facebook pueden hacer grandes contribuciones a la democracia. Sin embargo, muchas veces se nos olvida que la tecnología no tiene vida propia y que es tan solo una herramienta para llevar a cabo un trabajo, en este caso comunicativo. En el caso que nos ocupa, Facebook está en vías de convertirse en un monopolio de distribución periodística y, hasta ahora, poco han hecho los gobiernos del mundo por controlar a una empresa transnacional y que día a día sigue ganando poder. Por ello, querido y querida radioescucha, cada vez que navegue en Facebook y sienta que su dieta de información periodística es sana y balanceada, recuerde que está lejos de serlo. Salga de la red y consuma información periodística de varios medios de comunicación, especialmente de aquellos que tengan opiniones políticas diversas y contrarias a la suya.

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¿El fin de Televisa y TV Azteca o la reestructuración del sistema global de medios?

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (7 de marzo de 2016)

El sistema de medios de comunicación en México está en plena transformación. Televisa recién anunció el lanzamiento de la plataforma digital blim, en donde pondrá a disposición de sus suscriptores la videoteca histórica de esta empresa televisiva, así como nuevas producciones que distribuirá exclusivamente a través de Internet. Además, desde hace semanas corren rumores que señalan un cambio en la conducción del noticiario estelar de Televisa, que desde hace más de quince años conduce Joaquín López Dóriga. Televisión Azteca, por su parte, informó de una reestructuración empresarial que incluyó un cambio de nombre a sus canales, que ahora se llaman Estudio 7 y Estudio 13, y el primer movimiento importante que realiza Benjamín Salinas, el CEO de esta televisora, quien tomó las riendas de su compañía en octubre de 2015. Grupo Imagen Multimedia, que está por comenzar sus transmisiones como la tercera cadena de televisión a nivel nacional, comunicó, a través de un tuit, que Circo Gómez Leyva será el conductor de su noticiario nocturno que comenzará a transmitirse en el verano de 2016.

Los cambios en el sistema de medios de comunicación tienen varias explicaciones. En distintos textos periodísticos y de opinión se ha comentado que estos cambios están estrechamente relacionados con una fuerte crisis económica que está sufriendo el duopolio televisivo. En tiempos recientes Grupo Televisa y Grupo Salinas han sufrido pérdidas económicas, entre otras cosas, por la caída en los ratings televisivos, lo cual se ha visto reflejado en la caída de los precios que pueden vender su publicidad. Entre menos personas ven la televisión, menos pueden cobrar a sus patrocinadores por anunciarse. Las evidencias de esta crisis son claras. Los reportes financieros de ambas televisoras señalan caídas en sus ingresos en el último año. En Televisa han realizado tareas de reestructuración que han incluido el despido de productores, reporteros y corresponsales en el extranjero. La prueba más fehaciente de esta crisis es el poco interés que despertó la licitación de nuevas dos nuevas cadenas de televisión a nivel nacional. Al final del proceso solamente Grupo Imagen Multimedia se hizo de una nueva cadena de televisión. En la actualidad, el negocio de la televisión abierta es como una mina de oro explotada y que se acerca a su agotamiento: quienes lleguen al negocio tendrán buenas ganancias económicas, pero nunca como las que Televisa se llevó a sus bolsillos durante buena parte del siglo XX.

 

Fuente: El Economista

Fuente: El Economista.

La segunda explicación, y que no necesariamente contradice a la primera, señala que la crisis de las televisoras está relacionada con el crecimiento de empresas como Netflix o Facebook, que se han convertido en plataformas digitales para la distribución de contenidos periodísticos y de entretenimiento. Según investigaciones comerciales como las de la AMIPCI, la mitad de la población mexicana mayor a los seis años usa Internet. Estos datos demuestran que la brecha digital en México todavía es considerable, pero que el uso de Internet sigue aumentando. Por ello, plataformas como Netflix y Facebook son una competencia real para las televisoras. A esto se le puede sumar el crecimiento que desde los años ochenta ha experimentado la televisión por cable. En pocas palabras, el sistema de medios de comunicación ha ido creciendo paulatinamente y está muy lejos de ser ese sistema en el que, al menos en el sector televisivo, era dominado por una sola empresa.

Ante estas transformaciones del sistema de comunicación se ha desarrollado, entre otras, una narrativa acrítica y celebratoria, de las heridas y descalabros que está sufriendo el duopolio televisivo. Esta narrativa celebra el magro desempeño financiero que tuvieron las televisoras durante 2015, así como la caída en sus ratings. Por otro lado celebra la “penetración exponencial de Internet” en México (cualquier cosa que eso signifique), así como el éxito de Netflix en América Latina. En el fondo, esta narrativa ve con alivio el lento desmantelamiento de las televisoras mexicanas y señala que Internet, como una tecnología comunicativa, está mejorando el sistema de comunicación en México. Ahora hay más opciones y mayor competencia, dicen.

No es mi interés defender a Televisa y TV Azteca. Quien haya seguido esta columna sabe que he sido crítico de estas televisoras. Tampoco me interesa negar las turbulencias financieras de estas empresas, ni negar la caída en los ratings, ni la diversidad que están adquiriendo los sistemas comunicativos. Sin embargo, la narrativa que celebra el (aparente) desplome del duopolio televisivo, entiende estas transformaciones como un fenómeno que ocurre exclusivamente en México y olvida ampliar la mirada a un análisis global, pues la crisis de Televisa y Televisión Azteca no es un fenómeno exclusivamente mexicano.

La crisis económica de la televisión se ha desarrollado en muchos sistemas de comunicación en el mundo. Esta crisis se suma a la crisis de la prensa y en general de los medios tradicionales de comunicación. La televisión, la radio y la prensa convergen en Internet y están en el proceso de formar un sistema global de comunicación. Los grandes medios globales están adaptando sus producciones periodísticas y de entretenimiento a un mercado internacional. Ejemplo de ello son los periódicos New York Times y El País. El 7 de febrero de 2016 el periódico estadounidense abrió una oficina en la ciudad de México desde donde se manufactura una edición en español. Apenas hace unos días, el periódico español anunció una reestructuración de su redacción hacia un modelo digital y su apuesta de volverse un periódico “cada vez más americano, pues es en América donde nuestro crecimiento es mayor y nuestra expansión más prometedora”. Como puede verse, Netflix no es el único que avanza en su expansión global. Sin embargo, no resulta tan atractivo hablar de la crisis que están sufriendo, por ejemplo, El Universal o Reforma ante la expansión de El País y el New York Times.

El modelo duopólico de televisión en México era insostenible en el siglo XXI. Los mercados de audiencias y anunciantes se transformaron. La tecnología cambió y fusionó medios y formatos comunicativos. Todo esto no pasó desapercibido por los empresarios de la comunicación, tampoco por la clase política. En buena media, la reforma legal a los sectores audiovisuales y de telecomunicaciones obedeció a estos cambios. Insisto en lo que he escrito en artículos anteriores: las reformas fueron una actualización de un sistema de comunicación que requería acoplarse a una estructura global; por el contrario, las reformas no supusieron una democratización del sistema, tampoco el desarrollo de una nueva política de Estado en materia de comunicación. Quienes celebran la expansión de Netflix no se dan cuenta que más allá de Televisa y TV Azteca, México no tiene una estructura comunicativa que pueda competir con los medios de comunicación globales. No estamos ante la caída del duopolio, sino ante la llegada de consorcios globales a un mercado que tiene una pobre producción nacional. La solución no es prohibir Netflix y sentarnos a ver películas como Pepe el Toro o telenovelas como Rosa Salvaje. La solución estaba en la transformación del sistema en el marco de las famosas reformas estructurales. El resultado está a la vista: perdimos la oportunidad de contar con una legislación que impulsara la creación de mercados comunicativos nacional y locales. Una oportunidad como esta no llegará a México en mucho tiempo.

Este artículo fue publicado el 7 de marzo de 2016 como parte de la columna de opinión “Sistema Autorreferencial” del programa “Señales de Humo”, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara.

 

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El desastroso y pernicioso modelo de negocios de La Jornada Jalisco

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (18 de enero de 2016)

El 13 de diciembre de 2015, luego de casi diez años de trabajo, La Jornada Jalisco dejó de circular en Guadalajara. Unos días antes, el 11 de diciembre, La Jornada nacional publicó un escueto comunicado en el que señalaba que se rescindía el contrato a través del cual se permitía que la Editora de Medios de Michoacán imprimiera y comercializara los diarios La Jornada Michoacán y La Jornada Jalisco. Cuatro días más tarde, el 15 de diciembre, La Jornada publicó un editorial titulado “Sobre La Jornada Michoacán y La Jornada Jalisco”, dirigido a sus lectores. En este artículo La Jornada abundó un poco sobre las razones por las cuáles había terminado su relación con el empresario que editaba los periódicos que dejaron de circular y aclaró que el tema económico no fue el único motivo por el cual decidió rescindir el contrato a La Jornada Jalisco. Sin embargo, el artículo no aclara qué otros motivos existieron para tomar tal decisión. En el resto del texto hay un lamento por los puestos laborales que se perdieron, pero no ofrece ningún plan de acción para ayudar a los ahora desempleados. Aunque todo problema es multifactorial, el caso del cierre de La Jornada Jalisco sí tiene un fuerte componente económico y es un ejemplo que ilustra un sistema de relaciones entre los medios de comunicación y el poder político altamente disfuncional y corrompido.

Cuando el 22 de mayo de 2005 La Jornada Jalisco comenzó a operar, muchos creímos, ingenuamente, que estábamos ante una extensión orgánica del periódico La Jornada. Desde que en 1998 habían comenzado a circular Mural y Público, el sistema de periódicos de Guadalajara había permanecido más o menos intocado y la incorporación de La Jornada Jalisco resultaba atractiva como una forma de reactivar la competencia periodística. No obstante, lo que ocurrió fue que La Jornada creó un sistema de expansión nacional a través de un modelo de franquicias. En este modelo, que debiera ser más transparente para los lectores, La Jornada accede a que empresas utilicen su marca e imagen para hacer pequeñas ediciones locales del periódico. En Guadalajara se producía la edición de La Jornada Jalisco y después se imprimía en las instalaciones de La Jornada Michoacán ubicadas en Morelia. Adentro de La Jornada Jalisco se encartaba una edición de La Jornada nacional. Así, cada mañana los lectores de Guadalajara tenían dos productos periodísticos creados por dos empresas distintas. Muy pronto los lectores tapatíos comenzamos a notar que aunque a veces coincidían, las líneas editoriales de La Jornada nacional y La Jornada Jalisco eran diferentes. Como se puede apreciar, este modelo es muy distinto, por ejemplo, al del Grupo Reforma, en donde cada periódico tiene su autonomía pero al mismo tiempo está integrado a un sistema nacional de producción informativa y publicitaria de un grupo empresarial, lo cual genera una línea editorial más o menos consistente en todas sus publicaciones.

*En la portada del lado izquierdo se anuncia un artículo crítico en contra de una administración local, en la del lado derecho una nota complaciente con el gobierno de Peña Nieto, muestra del «bamoleo editorial» de La Jornada Jalisco.

 

Al paso del tiempo La Jornada Jalisco se fue haciendo un espacio entre los periódicos que circulaban en Guadalajara. Un grupo de reporteros, editores y articulistas, en su mayoría jóvenes, lograron hacer un periódico que intermitentemente publicaba temas que escaseaban en la prensa local, como coberturas al trabajo de organizaciones civiles, movimientos sociales, o comunidades rurales. También lograron darle un giro al tratamiento del tema de los derechos humanos, pues los reporteros y editores no se constreñían a entender este tema como sinónimo de lo que ocurre en la Comisión Estatal de Derechos Humanos. De esta forma se publicaron textos sobre despojos en comunidades lejanas a la capital del estado, sobre las prácticas de tortura en las corporaciones policiales, o notas sobre los problemas ambientales que se han desarrollado en los últimos años. Sin embargo, estas notas de La Jornada Jalisco, que pocas veces tenían impacto en el resto de la agenda mediática, se veían contrastadas por la publicación de boletines de prensa, gacetillas y entrevistas hechas a modo para organizaciones políticas como la Universidad de Guadalajara en los primeros años de circulación del diario y el PRI, en los últimos. (Esto se puede comprobar a través de sus portadas, muchas de las cuales fueron publicadas en la plataforma issuu.) Muchos lectores de La Jornada Jalisco con los que conversé advirtieron estos vaivenes y dejaron de leer con entusiasmo el periódico; otros sufrieron de disonancia cognitiva y simplemente decidieron ignorar el zigzagueo editorial.

La Jornada Jalisco tuvo problemas desde el principio y su talón de Aquiles fueron sus objetivos periodísticos y económicos. El fundador de este diario fue Juan Manuel Venegas, quien perteneció, a su vez, al grupo que puso a circular La Jornada nacional el 19 de septiembre de 1984 en la ciudad de México. Luego de echar a andar La Jornada Michoacán con éxito, Venegas decidió invertir en otro periódico en la capital jalisciense. A grandes rasgos, Juan Manuel Vengas apostó por un modelo de negocios que tenía su mayor fuente de ingresos en los recursos públicos que ofrecen las oficinas de gobierno a través de la publicidad oficial y de la publicación de gacetillas. Esto es sencillo de comprobar, pues en sus casi diez años de circulación, La Jornada Jalisco no tuvo anuncios provenientes del sector privado y la mayoría eran de oficinas públicas. Según los testimonios que he recabado de periodistas, editores, vendedores de periódicos y voceros, La Jornada Jalisco tuvo una raquítica circulación que rondaba entre las mil y las dos mil copias por día. Además, su sistema de suscripciones era muy deficiente y caro para los lectores. Estos datos indican que La Jornada Jalisco se llevaba muy pocos recursos económicos por la venta de sus ejemplares de papel. Este modelo de alta dependencia al presupuesto público fue lo que llevó a La Jornada Jalisco a una situación muy endeble, pues su trabajo periodístico respondía, en muchas ocasiones, a los intereses del gobierno que pagaba sus cuentas y no a los intereses de sus lectores. A los colaboradores no se les pagaba a tiempo y reporteros y editores tuvieron que aguantar, en más de una ocasión, el retraso de sus quincenas. Muchos de estos reporteros, que fueron maltratados laboralmente, demandaron al director del diario. Durante casi diez años La Jornada nacional no se inmutó ante estos irresponsables manejos económicos y laborales, tampoco lo hizo ante la bamboleante línea editorial de La Jornada Jalisco.

Como escribí al inicio de este artículo, la historia de La Jornada Jalisco es solo un ejemplo de las extrañas y truculentas relaciones entre los medios de comunicación y el poder público en México. En días recientes, por ejemplo, ha vuelto a surgir en el debate público el caso del Palacio de la Comunicación, un desarrollo cultural privado que se ha beneficiado de cientos de millones de pesos del erario público. O también podemos traer a la mesa el caso de C7 y su gran idea de transmitir los noticiarios comerciales de la cadena radiofónica Radiofórmula, en donde un grupo de radiodifusión privado se aprovechó de la ingenuidad, candidez e ignorancia de los actuales directivos de Sistema Jalisciense, para transmitir sus programas comerciales a través de una frecuencia destinada para la radiodifusión pública. Es decir, al igual que en el caso de La Jornada Jalisco, observamos un inmenso y discrecional traslado de recursos públicos a los bolsillos de empresarios que se dedican al periodismo y la comunicación social. Que el Estado y sus instituciones financien el periodismo en México no es algo que por sí mismo sea negativo. El problema es la opacidad y discrecionalidad con la que se lleva a cabo. Con este esquema de financiamiento una franja importante del periodismo en México está condenada al oficialismo y al bamboleo editorial.

Este artículo fue publicado el 18 de enero de 2016 como parte de la columna de opinión “Sistema Autorreferencial” del programa “Señales de Humo”, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara.

Al respecto de este tema escribí el siguiente artículo, que irónicamente fue publicado en un suplemento producido por el ITESO, y distribuido en La Jornada Jalisco:

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