Archivo de la categoría: Industrias culturales

¿El fin de Televisa y TV Azteca o la reestructuración del sistema global de medios?

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (7 de marzo de 2016)

El sistema de medios de comunicación en México está en plena transformación. Televisa recién anunció el lanzamiento de la plataforma digital blim, en donde pondrá a disposición de sus suscriptores la videoteca histórica de esta empresa televisiva, así como nuevas producciones que distribuirá exclusivamente a través de Internet. Además, desde hace semanas corren rumores que señalan un cambio en la conducción del noticiario estelar de Televisa, que desde hace más de quince años conduce Joaquín López Dóriga. Televisión Azteca, por su parte, informó de una reestructuración empresarial que incluyó un cambio de nombre a sus canales, que ahora se llaman Estudio 7 y Estudio 13, y el primer movimiento importante que realiza Benjamín Salinas, el CEO de esta televisora, quien tomó las riendas de su compañía en octubre de 2015. Grupo Imagen Multimedia, que está por comenzar sus transmisiones como la tercera cadena de televisión a nivel nacional, comunicó, a través de un tuit, que Circo Gómez Leyva será el conductor de su noticiario nocturno que comenzará a transmitirse en el verano de 2016.

Los cambios en el sistema de medios de comunicación tienen varias explicaciones. En distintos textos periodísticos y de opinión se ha comentado que estos cambios están estrechamente relacionados con una fuerte crisis económica que está sufriendo el duopolio televisivo. En tiempos recientes Grupo Televisa y Grupo Salinas han sufrido pérdidas económicas, entre otras cosas, por la caída en los ratings televisivos, lo cual se ha visto reflejado en la caída de los precios que pueden vender su publicidad. Entre menos personas ven la televisión, menos pueden cobrar a sus patrocinadores por anunciarse. Las evidencias de esta crisis son claras. Los reportes financieros de ambas televisoras señalan caídas en sus ingresos en el último año. En Televisa han realizado tareas de reestructuración que han incluido el despido de productores, reporteros y corresponsales en el extranjero. La prueba más fehaciente de esta crisis es el poco interés que despertó la licitación de nuevas dos nuevas cadenas de televisión a nivel nacional. Al final del proceso solamente Grupo Imagen Multimedia se hizo de una nueva cadena de televisión. En la actualidad, el negocio de la televisión abierta es como una mina de oro explotada y que se acerca a su agotamiento: quienes lleguen al negocio tendrán buenas ganancias económicas, pero nunca como las que Televisa se llevó a sus bolsillos durante buena parte del siglo XX.

 

Fuente: El Economista

Fuente: El Economista.

La segunda explicación, y que no necesariamente contradice a la primera, señala que la crisis de las televisoras está relacionada con el crecimiento de empresas como Netflix o Facebook, que se han convertido en plataformas digitales para la distribución de contenidos periodísticos y de entretenimiento. Según investigaciones comerciales como las de la AMIPCI, la mitad de la población mexicana mayor a los seis años usa Internet. Estos datos demuestran que la brecha digital en México todavía es considerable, pero que el uso de Internet sigue aumentando. Por ello, plataformas como Netflix y Facebook son una competencia real para las televisoras. A esto se le puede sumar el crecimiento que desde los años ochenta ha experimentado la televisión por cable. En pocas palabras, el sistema de medios de comunicación ha ido creciendo paulatinamente y está muy lejos de ser ese sistema en el que, al menos en el sector televisivo, era dominado por una sola empresa.

Ante estas transformaciones del sistema de comunicación se ha desarrollado, entre otras, una narrativa acrítica y celebratoria, de las heridas y descalabros que está sufriendo el duopolio televisivo. Esta narrativa celebra el magro desempeño financiero que tuvieron las televisoras durante 2015, así como la caída en sus ratings. Por otro lado celebra la “penetración exponencial de Internet” en México (cualquier cosa que eso signifique), así como el éxito de Netflix en América Latina. En el fondo, esta narrativa ve con alivio el lento desmantelamiento de las televisoras mexicanas y señala que Internet, como una tecnología comunicativa, está mejorando el sistema de comunicación en México. Ahora hay más opciones y mayor competencia, dicen.

No es mi interés defender a Televisa y TV Azteca. Quien haya seguido esta columna sabe que he sido crítico de estas televisoras. Tampoco me interesa negar las turbulencias financieras de estas empresas, ni negar la caída en los ratings, ni la diversidad que están adquiriendo los sistemas comunicativos. Sin embargo, la narrativa que celebra el (aparente) desplome del duopolio televisivo, entiende estas transformaciones como un fenómeno que ocurre exclusivamente en México y olvida ampliar la mirada a un análisis global, pues la crisis de Televisa y Televisión Azteca no es un fenómeno exclusivamente mexicano.

La crisis económica de la televisión se ha desarrollado en muchos sistemas de comunicación en el mundo. Esta crisis se suma a la crisis de la prensa y en general de los medios tradicionales de comunicación. La televisión, la radio y la prensa convergen en Internet y están en el proceso de formar un sistema global de comunicación. Los grandes medios globales están adaptando sus producciones periodísticas y de entretenimiento a un mercado internacional. Ejemplo de ello son los periódicos New York Times y El País. El 7 de febrero de 2016 el periódico estadounidense abrió una oficina en la ciudad de México desde donde se manufactura una edición en español. Apenas hace unos días, el periódico español anunció una reestructuración de su redacción hacia un modelo digital y su apuesta de volverse un periódico “cada vez más americano, pues es en América donde nuestro crecimiento es mayor y nuestra expansión más prometedora”. Como puede verse, Netflix no es el único que avanza en su expansión global. Sin embargo, no resulta tan atractivo hablar de la crisis que están sufriendo, por ejemplo, El Universal o Reforma ante la expansión de El País y el New York Times.

El modelo duopólico de televisión en México era insostenible en el siglo XXI. Los mercados de audiencias y anunciantes se transformaron. La tecnología cambió y fusionó medios y formatos comunicativos. Todo esto no pasó desapercibido por los empresarios de la comunicación, tampoco por la clase política. En buena media, la reforma legal a los sectores audiovisuales y de telecomunicaciones obedeció a estos cambios. Insisto en lo que he escrito en artículos anteriores: las reformas fueron una actualización de un sistema de comunicación que requería acoplarse a una estructura global; por el contrario, las reformas no supusieron una democratización del sistema, tampoco el desarrollo de una nueva política de Estado en materia de comunicación. Quienes celebran la expansión de Netflix no se dan cuenta que más allá de Televisa y TV Azteca, México no tiene una estructura comunicativa que pueda competir con los medios de comunicación globales. No estamos ante la caída del duopolio, sino ante la llegada de consorcios globales a un mercado que tiene una pobre producción nacional. La solución no es prohibir Netflix y sentarnos a ver películas como Pepe el Toro o telenovelas como Rosa Salvaje. La solución estaba en la transformación del sistema en el marco de las famosas reformas estructurales. El resultado está a la vista: perdimos la oportunidad de contar con una legislación que impulsara la creación de mercados comunicativos nacional y locales. Una oportunidad como esta no llegará a México en mucho tiempo.

Este artículo fue publicado el 7 de marzo de 2016 como parte de la columna de opinión “Sistema Autorreferencial” del programa “Señales de Humo”, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara.

 

2 comentarios

Archivado bajo América Latina y Comunicación, Crisis de la prensa escrita, Economía política de la comunicación y la cultura, Facebook, Industrias culturales, Internet, Lucha por las telecomunicaciones en México, Medios de comunicación masiva, Monopolios y medios de comunicación, Neoliberalismo, Netflix, Sistema de comunicación de México, Televisa, Televisión, Televisión Azteca, Televisoras de México

5.3 libros por año, o la vacuidad de una cifra

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (23 de noviembre de 2015)

Encuesta Nacional de Lectura 2015

Encuesta Nacional de Lectura 2015

Desconozco lo que ocurre en otros países, pero en México el número de libros que leemos al año es un indicador cultural que mueve pasiones, tanto como cuando se discute sobre futbol o respecto al subdesarrollo del país. Por ello, los resultados de la reciente “Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015” del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, causaron intensos debates en los medios de comunicación y plataformas digitales. Especialmente provocó revuelo y polémica la revelación de que los mexicanos leemos en promedio 5.3 libros al año. Vale la pena profundizar en el tema y formular algunas preguntas. ¿Quién construyó la encuesta y la famosa cifra del 5.3? ¿Cómo se construyó la cifra? ¿El número de libros que lee una persona al año es una prueba de su desarrollo, educación y civilidad o qué es lo que realmente dice una cifra como esta? ¿Es correcto evaluar una política de Estado con la sola mención de la cifra de marras?

La encuesta, como ya se sabe, la financió y dirigió Conaculta, una institución que está estrechamente ligada a la Presidencia de la República y que tiene por encargo “coordinar las políticas, organismos y dependencias tanto de carácter cultural como artístico”. Según esta institución, la encuesta responde a tres objetivos fundamentales: “Conocer las prácticas y hábitos de lectura y escritura en México. Construir una herramienta para diagnosticar las necesidades y fortalezas de los lectores mexicanos. Y conformar políticas públicas e iniciativas sociales en materia de fomento a la lectura”. Es decir, el Gobierno Federal se está evaluando a sí mismo, lo cual, de entrada, resulta cuestionable e inadecuado. Sería mucho más deseable, por ejemplo, que el INEGI pudiera hacer esta investigación, año con año, con la misma metodología, y de forma independiente a las órdenes del Gobierno Federal. La autonomía del INEGI podría darle mayor credibilidad a una encuesta de estas características y así evitar el conflicto de interés.

¿Cómo se construyó la cifra? Me parece que aquí está uno de los mayores problemas. El primer punto es entender qué es lo que mide un trabajo de investigación como éste. En el caso de las encuestas de consumo cultural, los encuestadores entrevistan a un grupo de personas y les preguntan, por ejemplo, cuántas horas de televisión ven al día, qué programas de radio escuchan con mayor frecuencia, o cuántos libros leen al año. Esto quiere decir que las encuestas miden lo que las personas reportan sobre su consumo cultural, lo cual puede ser, y por lo general es, muy diferente a su consumo cultural real. Una persona puede decir que ve una hora de televisión al día, cuando en realidad en promedio se sienta frente al televisor tres horas diarias. Las personas suelen mentir sobre su consumo cultural, con tal de cumplir con ciertas expectativas sociales. Pero también pueden hacer un reporte equivocado simple y sencillamente porque es muy difícil calcular con exactitud el promedio de su consumo cultural. Hagan ustedes el ejercicio y traten de establecer una lista confiable de su consumo de libros, radio, prensa, televisión, cine e Internet de las últimas tres semanas. Difícil, ¿no?

Durante muchos años las encuestas fueron la única forma de medir el consumo cultural, pero en años recientes el consumo de medios digitales ha permitido hacer mediciones más precisas. Ahora es posible saber con mayor precisión, por ejemplo qué programas consume una persona en su computadora o en su televisión digital, de ahí el éxito de nuevas empresas como Netflix, que tienen una mayor capacidad de producción audiovisual a partir de los datos que obtiene de sus audiencias. Estas mediciones digitales son caras y no permiten medir en otros soportes, como un libro. Sin embargo, el tema viene a cuento porque a partir de la incorporación de mediciones digitales, los científicos sociales se han dado cuenta que las encuestas de consumo cultural tienen un grado de error altísimo, dado que las personas mienten o hacen reportes imprecisos de sus hábitos comunicativos. Por ello, además del conflicto de interés que implica que Conaculta elabore la encuesta, también hay elementos para señalar que el instrumento de investigación, es decir, la encuesta, está midiendo mal lo que pretende medir. Por ejemplo, la cifra de 5.3 libros al año genera suspicacias si se compara con la encuesta que Conaculta hizo en 2006, pero con otra metodología, y que dice que los mexicanos leemos 2.9 libros por año. Sin embargo, si se compara con otras encuestas, la cifra de 5.3 no resulta exagerada. De cualquier manera, no solo en México pueden resultar increíbles ciertas cifras. En la encuesta presentada por Conaculta se dice que en México leemos 5.3 libros al año en comparación con los 47 libros que dicen leer los finlandeses, lo cual también resulta una cifra desproporcionada y fuera de la realidad.

Para complicar más las cosas podríamos problematizar no solo el instrumento de medición sino lo que se está midiendo. ¿Realmente es tan relevante saber en tiempos actuales cuántos libros dicen que leen las personas? ¿No resulta arbitrario, reduccionista, e incluso clasista, centrar estas discusiones en el número de libros que leemos al año? ¿La lectura solamente puede relacionarse positivamente con un objeto material como lo es un libro? En la realidad leemos todo el tiempo, para guiarnos en la calle, para hacer transacciones comerciales, para facilitar nuestras relaciones interpersonales, para educarnos, para entretenernos. Además, leemos en distintos formatos y los formatos no condicionan, para nada, lo benéfico o perjudicial de un acto de lectura. Por ejemplo, si a un doctor en física le preguntan cuántos libros lee al año para realizar su trabajo, es probable que responda que ninguno, pues la mayor parte del conocimiento de ese campo se mueve en revistas científicas. Una respuesta completamente diferente tendrá una profesionista o un carpintero. El libro es solo una de las tantas plataformas que existen para leer. Preguntar por el número de libros leídos al año puede resultar tan absurdo como preguntar cuántos brócolis se come una persona al año en orden de evaluar su consumo alimenticio. En este sentido, la encuesta presentada por Conaculta sí contiene una problematización sobre la lectura en tiempos actuales. Por ello, vale la pena leer toda la encuesta, y no nada más las láminas de Power Point que difundió el gobierno en donde se resalta la mítica cifra de 5.3 libros por año. La encuesta aborda temas como las prácticas culturales y estímulos en la infancia, los hábitos de lectura y socialización, los materiales y soportes de lectura, así como el uso de tecnologías de información y comunicación. Esto representa una gran ironía, pues en una discusión pública sobre la lectura, resulta evidente que muchos no han leído la encuesta para analizarla y comentarla.

Si algo de lo que hasta aquí he escrito contiene algo de verdad, estamos ante varios problemas: una institución que se evalúa a sí misma sin una perspectiva crítica, un instrumento de investigación que arroja resultados con altos grados de error, una estrecha conceptualización de la lectura que solamente resulta deseable si está relacionada con el libro, y un debate público basado en un comunicado de prensa que resalta la cifra mágica del 5.3 y no en el análisis de los resultados de la encuesta.

¿Cómo resolver el entuerto? Una vía es que el INEGI levante la encuesta, sin cambios metodológicos tan drásticos y con una mayor frecuencia. Además, se debería incentivar que universidades y organizaciones no gubernamentales hagan estudios que complementen las cifras oficiales. Por otro lado es importante entender que el libro sí es importante y no se va morir con el desarrollo del mundo digital, pero que está muy lejos de ser el único soporte y vía deseable para la lectura como una actividad epistémica, de socialización y de entretenimiento. Con estos dos elementos, entonces sí, podrían existir condiciones para producir y evaluar políticas públicas en torno a la lectura, y también para superar la añeja discusión sobre el bajísimo número de libros que leemos al año los mexicanos.

Este artículo fue publicado el 23 de noviembre de 2015 como parte de la columna de opinión “Sistema Autorreferencial” del programa “Señales de Humo”, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara.

 

También te puede interesar:

Deja un comentario

Archivado bajo Cultura y comunicación, Democracia y comunicación, Economía política de la comunicación y la cultura, Industrias culturales, Internet, Libro, Medios de comunicación digitales, Medios de comunicación masiva, Netflix

Moments, News y Notify: el desplazamiento del poder comunicativo de los medios de comunicación a las plataformas virtuales

Por Juan S. Larrosa-Fuentes (9 de noviembre de 2015)

Tomado de FishbowlNY

Tomado de FishbowlNY

La crisis de la prensa escrita y del periodismo en general, son temas que han sido discutidos desde hace por lo menos una década. Cada cierto tiempo aparece la noticia del cierre de un periódico o del despido masivo de empleados en medios de comunicación. Cada año, organizaciones como PEW en Estados Unidos o el instituto Reuters en Inglaterra, informan que las cifras de circulación y lectoría siguen a la baja, y que en la radio y la televisión hay un incremento en la prensa partidista y una disminución en los espacios informativos. Por el contrario, desde hace mucho escuchamos que el futuro está en Internet y que los consumidores de noticias ya no están dispuestos a pagar por la información periodística ni a leer en un soporte tan antiguo como el papel. Lo cierto es que hasta ahora Internet ha sido un buen experimento de las industrias informativas que piensan en su sobrevivencia, pero el negocio de las noticias sigue produciéndose y financiándose en las industrias de comunicación como la prensa, la radio y la televisión. Sin embargo, en meses recientes han aparecido diversas informaciones que a muchos han hecho pensar que ahora sí, estamos ante una gran transformación informativa.

En Estados Unidos hay un gran entusiasmo por el desarrollo tecnológico que está ocurriendo en este país, especialmente en California, en donde están asentadas las oficinas de grandes empresas como Alphabet (antes Google), Facebook, o Yahoo!, solo por mencionar a algunas de las más conocidas. Todos los días aparecen noticias del nacimiento de una empresa, del desarrollo de una aplicación que revolucionará al mundo, o el lanzamiento de la última actualización para un gadget. Este entusiasmo, que a veces llega al furor y la histeria, no es nuevo. Desde hace mucho que estas noticias aparecen en sitios mundialmente conocidos como el New York Times o el Financial Times, pero también en blogs y sitios menos conocidos. Lo que ha cambiado es que los nuevos gigantes de la comunicación han comenzado a dar muestras claras de su interés por el mundo informativo y periodístico. El caso de Facebook es un claro ejemplo de ello, aunque no el único.

En meses recientes el centro de investigación PEW publicó un estudio titulado “Los millennials y su consumo de información política.” El dato que más sensación causó de este informe es que 61% de los millennials en Estados Unidos utilizan Facebook para encontrar y leer información política. Esto supone un cambio muy relevante en el consumo periodístico de la población joven en este país. Ya sabíamos que los jóvenes no leen los periódicos, que tampoco consumen telediarios y que la mayor parte del tiempo utilizan Internet como un medio de socialización. Lo desconocido hasta ahora era que no solamente son usuarios intensivos de las llamadas redes sociales, sino que una fuente importante para el consumo de piezas periodísticas está en Facebook y otras redes como Twitter o Snapchat. Con esta información queda claro que se muy complicado, por no decir imposible, que los periódicos, la radio o la televisión, como plataformas de distribución comunicativa, logren atraer las miradas de la generación millennial, una población que va de los 15 a los 35 años. Al parecer quedaron lejos los días en los que todo un país se informaba a través de dos o tres telediarios nocturnos, una decena de diarios de circulación nacional, y un sistema monopólico de prensa local.

PEW Research Center

PEW Research Center

Tiempo después de conocerse la información difundida por el centro PEW, Facebook anunció un acuerdo de colaboración con algunas de las ediciones digitales de medios internacionales como BuzzFed, BBC News, National Geographic, The Atlantic, NBC News y el New York Times. El acuerdo consiste en que estos medios de comunicación producirán parte de su contenido especialmente para Facebook. Esto quiere decir que cuando un internauta vea alguna de estas publicaciones en Facebook, en lugar de que el enlace que pulse lo lleve al sitio Web del medio de comunicación, el enlace lo llevará a la información dentro de la plataforma de Facebook. Con esto el usuario gana rapidez en la navegación, pues los enlaces se cargan y despliegan de forma mucho más veloz y con un diseño amigable para la plataforma. Estos medios de comunicación pueden escoger entre insertar publicidad dentro de sus publicaciones sin pagarle un centavo a Facebook, o permitir que Facebook se encargue de la publicidad bajo una comisión del 30%. ¿Qué ganan los medios con este acuerdo? Una audiencia potencial de mil millones de usuarios activos (1.4 billones en inglés), un mejor servicio para sus usuarios, e información detallada sobre cómo, cuándo y dónde consumen su información en Facebook. Por su parte, Facebook obtiene algunos de los mejores contenidos periodísticos del mundo, con un costo cero para sus audiencias. Aparentemente parece un trato en el que todos ganan, lo cierto es que, según ha trascendido, los medios no tuvieron un gran poder de negociación ante una plataforma que de cualquier forma es una herramienta importante para la distribución de su contenido. Por ejemplo, Facebook acarrea entre 16 y 32% del tráfico del New York Times.

Nuevos agregadores de noticias. Imagen tomada del Financial Times.

Nuevos agregadores de noticias. Imagen tomada del Financial Times.

De acuerdo al Financial Times, el día de hoy, 9 de noviembre de 2015, Facebook lanza su nuevo sistema de agregación de noticias. Este nuevo sistema de agregación será una aplicación distinta a Facebook y tendrá el nombre de Notify (“notificación” en español). Según el periódico FT, los usuarios del nuevo servicio de Facebook podrán tender acceso a miles de noticias provenientes de medios de comunicación como Vogue, Mashable, CNN, Washington Post, CBS o Comedy Central. El lanzamiento de Notify está precedido, sin duda, por la alta demanda de noticias en Facebook, pero también por las estrategias de agregación de noticias que otras compañías están lanzando al mercado. En septiembre Apple puso en marcha su servicio News (“noticias” en español), el cual cuenta con servicios de medios como CNN, The Atlantic, o Time Magazine. Y en octubre Twitter lanzó Moments (“momentos” en español), un servicio, que en lo personal me parece fantástico, y que ofrece la selección informativa de un equipo de editores quienes crean historias periodísticas a través de tuits y videos producidos por medios de comunicación, reporteros, celebridades o personas comunes y corrientes.

¿Qué interpretación se le puede dar a todo esto si a primera escucha estas noticias suenan al coro que celebra la innovación tecnológica en Palo Alto? Las hipótesis son muchas y darán para varias entregas de esta columna. En esta ocasión dejo sobre la mesa la que a mi parecer es la hipótesis más interesante. Con estos movimientos, los medios de comunicación tradicionales, es decir, la prensa, la radio y la televisión, están en riesgo de convertirse en simples agencias de noticias que surten información a plataformas como Facebook, Twitter o Snapchat. Luego de varios años de existencia, las redes sociales virtuales han absorbido, entre otras cosas, algunas de las funciones que antes recaían exclusivamente en los medios masivos de comunicación. La primera usurpación ha sido en el terreno de la agregación de contenidos. Por ejemplo, una de las tareas más importantes de un periódico es publicar una edición diaria con una variedad informativa amplia. Ahora esa variedad aparecerá, gratuita y personalizada, en News de Apple. La segunda usurpación ocurre en el terreno de la distribución. Siguiendo con el ejemplo, un periódico distribuye todos los días su producto físico entre sus lectores a través de un largo y engorroso proceso de impresión del producto y posterior distribución a través de voceadores, quioscos, tiendas de autoservicio, suscripciones y más. Ahora Facebook podrá hacer una distribución de noticias teledirigida entre sus más de mil millones de usuarios.

A finales de los años noventa era común escuchar el discurso utópico y emancipador sobre Internet que señalaba que la red de redes terminaría por democratizar el mundo contemporáneo. Las cosas han cambiado. Actualmente no estamos ante la lucha entre el bloguero David quien batalla en contra del conglomerado mediático Goliat. Con las noticias que hemos escuchado en los últimos meses podemos decir que estamos ante el remplazo y actualización de Goliat.

Este artículo fue publicado el 9 de noviembre de 2015 como parte de la columna de opinión “Sistema Autorreferencial” del programa “Señales de Humo”, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara.

Aquí, el podcast original:

1 comentario

Archivado bajo Democracia y comunicación, Economía política de la comunicación y la cultura, Facebook, Industrias culturales, Internet, Medios de comunicación digitales, Medios de comunicación masiva, Neoliberalismo, Periódicos digitales, Prensa, Radio, Televisión, Televisión digital, Twitter